sábado, 8 de octubre de 2011

Y murmuran en el viento

Esa noche, una noche de verano, extrañamente fue algo más parecida a una noche invernal a la correspondiénte a la estación. El frío calaba los huesos y a pesar de no ser una noche nebulosa, el viento obligaba a las copas de los árboles a cubrir los pocos postes que iluminaban las calles.

Como todo fin de semana estabamos mi hijo de ocho años y yo en la vieja casona que solía cuidar, aprovechabamos siempre de jugar recorriendo la casa, a las escondidas o vivíamos grandes aventuras, así podía recorrer la casa de arriba a abajo sin que mi pequeño se aburriera ni me buscara asustado luego de aburrirse de ver el único televisor que estaba a un costado de la extinta chimenea.

Esa noche, esa fría noche, en que la oscuridad cubría todo al rededor de la casa, todo era distinto, sentí que la penumbra producto de las sombra producida por los árboles escondía algo maligno, que quería entrar, pero nunca pude imaginar cuales eran las intenciones de aquello que la sombra escondía.

Traté de proteger a mi hijo y sin transmitirle mi temor lo llevé a dormir más temprano, encendí la luz y lo dejé reposar, había jugado mucho durante la tarde y no tardó en quedarse dormido.

Mientras sentado veía televisión, un sonido tintileante llamó mi atención desde la cocina. un tubo fluorescente parpadeaba indicando que su luz estaba pronta a extinguirse y en su parpadear podía distinguir sombras que se movían y escondían, se acercaban a todo rincón de la casa y sentía sus pequeñas risas torturándome cada vez que la luz iba y venía desde la enorme cocina.

De inmediato pensé en mi hijo, a quien fui raudo a ver con tal de que todo estuviera perfecto, sin embargo desde que comenzó a fallar aquella luz todo era distinto, ya no crujía el piso de madera por lo viejo sino que ya eran pasos, ya no oía el susurro del viento entre las ojas de los manzanos y naranjos, eran voces maliciosas confabulando en contra de todo lo que a mi me concernía.

Al abrir la puerta, la fuerte luz que emitía la lámpara tras de mi llevo a mi sombra a recorrer a mi hijo de abajo hacia arriba, sin darme tiempo de reaccionar, ni siquiera mi propia sombra era de confianza y no podía permitir que la oscuridad atrapara a mi pequeño.

Era inevitable, en cualquier momento la oscuridad atraparía a mi hijo y se llevaría su alma al infierno, el falso tic tac del reloj ocultaba los pasos de aquellas alimañas que se acercaban más y más a mi adorado fruto, en el falso susurro de viento escuchaba como ellos murmuraban "llévalo, llevalo ahora", en el intermitente zumbido del tubo fluorecente de la cocina un escalofrío llenaba mi espalda y me daba señales de que las puertas al infierno se abrirían.

Tenía poco tiempo y debía liberar el alma de mi hijo, de mi amado hijo, antes de que esos entes oscuros y cobardes, ocultos en mi sombra, en toda oscuridad inquietante y fija que intentaba gobernar mi mente, pero no los dejaría gobernar mi cordura, porque estoy cuerdo, siempre lo he estado, incluso cuando tomé la almohada con que cubrí la cabeza de mi hijo e hice presión. Ellos no esperaban que hiciera eso, que tomara la vida de mi hijo y creo que él también se sintió complice de mi actuar, ya que ni siquiera trató de despertar mientras agotaba el aire entre su cabeza y la almohada, luego de dejarlo inherte, lo vigilé hasta que los primeros rayos del amanecer me dieron la señal de que todo comenzaba a ser más seguro.

De manera silenciosa usé la pala en el patio de la casona, no tardé mucho en conseguir una profundidad considerable para resguardar a mi niño, allí su cuerpo estaría seguro, pensé, mientras lo cubría con la misma tierra que había removido y me preocupé de apisonar bien la superficie para que ellos no supieran donde quedó mi hijo. Tuve que mentir luego de eso, no podía permitir que lo hayaran, debía protegerlo más allá de su propia muerte, algo que todo buen padre debe hacer ¿no?

Oculto en mi hogar, no podía dejar de pensar en el niño, en su gélida quietud, seguía durmiendo, aún bajo tierra, sin embargo las manecillas giraban y giraban ante mis ojos en estrepitosa velocidad buscando volverme loco, pero debía mantener firme mi postura y recordar el bienestar de aquel joven ser humano, de ese dormilón adorado.

La menguante noche lucía como cuernos la luna, era el diablo mismo que murmuraba a través de las hojas "Llévenselo", murmullo que pasó a convertirse en un grito en mi cabeza, mezclado con los pasos escondidos en el avanzar del reloj me hicieron levantar de mi sueño conciente. Mi hijo aún estaba en peligro, debía desenterrarlo y llevarlo conmigo, nunca dejarlo solo, nunca, ¡Nunca!

Tuve que esconderme, no debía ser visto, era preciso que nadie tratara de detenerme y así entonces procedí, en silencio y meticulosamente a retirar cada puñado de tierra y piedra que cubría a mi hijo, hasta encontrarlo intacto, los colores volvieron a mi y la dicha me llevó a largar carcajadas estridentes, no me importó entonces, estaba con mi hijo, ellos no lo habían llevado.

- ¿Quien anda ahí? - Exclamó una voz, la reconocí de inmediato, era el cuidador en turno de la casona.

Me pidió que me levantara, pero no oía razones, era feliz, ellos no se lo llevaron ¿Podía pedir más? Por supuesto que no. Luego me dijo que estaba loco, que la risa me delataba, que dejara al niño en el suelo y nuevamente me dice que me ponga de pie.

- ¡Nunca! - Le grito - No soltaré a mi hijo ni me moveré de aquí hasta que amanezca.

El hombre forcejea conmigo, busca que deje al niño, pero me resisto, hice todo lo posible, hasta que en un acto de extrema crueldad me golpea en la cabeza con la misma pala con que desenterré a mi muchacho para finalizar entre un montón de tierra suelta inconciente.

La policía me culpa, dice que me he vuelto loco y que soy culpable de asesinar a mi propio hijo bajo falsa demencia, me encierran de forma perpetua. La crueldad del destino me lleva a ver entre barrotes la vieja casona, cubierta por la manta oscura, en el tic tac del reloj escucho a los engendros danzar de dicha y en el viento murmuran a través de los manzanos y naranjos "Lo tenemos".